lunes, 9 de mayo de 2011

Suicidio 3.0

Luis Interneo Wifiez no podía olvidar su condición aunque quisiese. La llevaba en su nombre. El primer niño wifi de la Historia. Los primeros años fueron buenos, todo el mundo pendiente de él, continuas atenciones y cariño.
Pero con la adolescencia llegaron los problemas. No es buena edad para ser distinto, sus amigos tenían celos y miedo. Además, las eternas preguntas: ¿soy humano?, ¿soy una máquina?, ¿habrá más como yo?
Enseguida se dio cuenta que el resto de niños no podían hacer lo mismo. Todos se cansaban y dormían. Él recibía la energía que desprendían el resto de seres vivos y sólo en lugares apartados sentía que sus fuerzas disminuían. Ninguno tenía, como él, tres padres y tres madres que se turnaban para acompañarle en sus veinticuatro horas diarias de actividad.
Luis sólo tenía que concentrarse para obtener información de cualquier medio on-line, era capaz de leer los pensamientos de todo aquel que estuviese a menos de diez metros de distancia. Le gustaba mucho tener tanto conocimiento pero, en ocasiones, envidiaba a sus compañeros que se desconectaban todas las noches.
En general, se llevaba bien con todo el mundo pero siempre había algún chico celoso dispuesto a pelearse con él. Solía rehuir el enfrentamiento pero un día se enfadó tanto que se abalanzó sobre su adversario. De inmediato notó como el otro empezaba a fatigarse mucho mientras él se sentía más fuerte cada vez.
Años después le explicaron que aquello era un efecto no deseado del experimento, se había convertido en un vampiro energético.
Quiso conocer el límite de su poder y en una fría noche agotó la energía de un hombre que iba a pegarle hasta casi causarle la muerte. Desde entonces empezó a rehuir el contacto con humanos, siempre que podía se iba a lugares desiertos para escapar de las mentes ajenas que llenaban su cerebro.

El día de su treinta cumpleaños decidió no soportar más. Se sentía un monstruo y su sufrimiento debería tener fin. Durante semanas revistió de plomo las paredes de su casa. Tardó mucho en tapar todos los huecos, un sólo centímetro era suficiente para que la energía de sus vecinos le alimentase. Eligió el diecisiete de mayo, día de Internet, como fecha de su muerte. Salió a despedirse de las pocas personas que le importaban y al atardecer entró en casa con la última plancha de plomo. En cuanto la colocó notó, por primera vez en su vida, una extraña sensación, le costaba mucho concentrarse y se sentía cansado. Calculaba que las baterías durarían tres días, así que comenzó a recordar toda su vida mientras las fuerzas le abandonaban. El tercer día, de repente, ya no pudo recordar su nombre. Se colocó en posición fetal y todo se volvió negro.

Luis se despertó por segunda vez en su vida, pero esta vez sintió hambre, frío y sueño. Salió corriendo a la calle y se sintió feliz con su recién adquirida ignorancia. Hasta hoy, nunca había sido libre.

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