sábado, 8 de octubre de 2016

SABER PERDER

La primera vez que me presenté a unas elecciones tenía ocho años. Eran para ser delegado de clase y las gané por mayoría aplastante. Al año siguiente me volví a presentar pensando que lo había hecho bien el año anterior y esta vez las perdí, también de manera aplastante. Los 30 votos de la primera se quedaron en tres.

Con nueve años tuve que asimilar mi primera derrota. Lo fácil para mí hubiese sido pensar que mis compañeros me tenían envidia, que mis amigos me habían traicionado y que mi rival había comprado con Phoskitos a los demás y por eso yo había perdido. Era lo fácil, pero era mentira. Yo había perdido porque durante el año anterior y, sin darme cuenta, el poder se me había subido a la cabeza. Yo era el delegado, el profesor hablaba conmigo más que con los otros niños y yo hacía cosas que los demás no podían hacer. Me sentía diferente y mejor que los otros. Pero como no era ni mejor, ni diferente, cuando mis compañeros tuvieron oportunidad, me pusieron donde me merecía y eligieron a otro para representarlos.

Desde entonces he participado en muchas elecciones, algunas veces como candidato y muchas solo como votante y siempre he tratado de recordar la lección que aprendí de niño. Cuando representas a un colectivo no puedes ejercer el poder sin ese colectivo. Eres parte de él.

Ayer participé de nuevo en un proceso electoral, en este caso como votante. Elecciones internas en el sindicato al que pertenezco. Dos candidatos. Los dos habían ganado muchas veces y los dos eran líderes en sus respectivos grupos. Yo voté a uno de los dos, no porque fuese de mi grupo (que lo era) sino porque era el mejor de los dos, porque en algún momento de su vida había aprendido la misma lección que yo y, durante su mandato, quienes le votamos siempre lo vimos como un compañero y no como un jefe.

Mi candidato ganó y los otros perdieron y lo que pasó por mi cabeza de 9 años, lo volví a escuchar ayer, a gritos: acusaciones de traición, argucias para intentar ganar a la fuerza lo que no se gana con votos...

Solo espero que quienes perdieron ayer se den cuenta de adultos de lo que yo vi como niño. Perdieron porque el poder se les había subido a la cabeza y porque se creían mejores que el resto de compañeros. Cuanto antes lo vean, antes podrán volver a convertirse en lo que debe ser un cargo sindical: un representante de sus compañeros y no alguien que usa su cargo para ejercer el poder.


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